sábado, 21 de mayo de 2011

El campeón

- ¡El último en sentarse paga la ronda! Gritamos todos.
Vueltas y vueltas. Caídas y gritos. Risas. El camarero juguetea con la bandeja, hasta que decide.
- ¡Ronda! Dice el camarero,
Empujones. Más empujones. Sillas por el suelo. Quejas muchas quejas, todavía más risas. Alguien saca el dinero y paga con desgana la cuenta.
Bebemos. Whisky, vodka, tequila. Un poco de todo para no habituar al estómago. Todos bebemos. Todos ganamos.
Uno se va hacia la puerta tropezando con todo.
- ¡Perdedor, perdedor! Gritamos el resto.
- ¡El último en sentarse paga la ronda!
Otro ya no se levanta. Otro va al baño a vomitar. Otro se enfada y se larga.
Todos ganamos. A veces pagas pero siempre ganas.
Quedamos dos.
- ¡El último en sentarse paga la ronda! Grito.
El tipo se desploma y vomita sobre los zapatos del camarero. Éste suelta la bandeja en la mesa.
- Por hoy ya está bien. Para casita. Dice malhumorado.
Le saco el dinero del bolsillo al perdedor, pago la ronda y me bebo las dos últimas copas.
Salgo triunfante por la puerta. Todos ganamos, pero el campeón soy yo.
Doy saltos muy altos. Alzo los brazos mientras entro en la parada del metro. Vomito en las vías. Grito con fuerza.
- ¡El campeón deeel mundooo. Alfredooo, el jodidooo Garcíaaa!
- ¡Eeeh!
Me subo al metro. La gente me reconoce.
- Sí, soy el campeón. Autógrafos no, fotos sí. Digo.
Algunos sacan el teléfono para llamar a sus familiares y contarles que están en el mismo vagón que el gran Alfredo García. Y que va en metro como el tipo campechano que es. Y que se le ve un tipo agradable. Un poco más bajito de cómo lo habían imaginado, pero, aún así, impresiona en persona.
Me muestro solícito con ellos y les dirijo unas palabras.
- Quiero que sepáis que soy el campeón del pueblo, de todos, sin excepción. Que si he llegado hasta aquí es gracias a vosotros. Sin vuestro apoyo no lo hubiera conseguido. No olvidaré nunca mis raíces. Sé de donde vengo y no os olvidaré. Gracias.
Me aclaman, me vitorean. Quieren abrazarme.
Cojo a un niño en brazos, para que de mayor pueda decir que lo cogió Alfredo García. La madre se emociona, el padre quiere darme un abrazo. Beso al crío y lo dejo en el suelo.
- Adoro a los críos. Les digo a los padres.
Se abren las puertas, sacudidas. La gente se vuelve loca. Un par de policías llegan para escoltarme. Apartan a la gente.
- ¡Dejadlos! Sólo quieren tocar al campeón. Les digo.
Pero ellos hacen su trabajo y me escoltan hasta el coche patrulla.
No pueden creerse que estén con el gran Alfredo García y les enseño el carnet para que no haya dudas.
Insisten en acompañarme hasta la cama. Me desplomo exhausto. El descanso del campeón, la soledad del campeón.
Rezo la oración de todas las noches.
- Lo difícil es mantenerse.
El sueño del campeón.


viernes, 13 de mayo de 2011

Maia

Maia siempre fue una niña especial. De pequeña coleccionaba caracoles, de todos los tamaños. Los guardaba en una caja de cartón agujereada por la tapa y cada día apuntaba en una libreta la evolución de los bichos. De vez en cuando los llevaba a pasear, los soltaba por el campo para que viesen mundo, especialmente en los días lluviosos. Les cantaba canciones, les leía cuentos e incluso más de una vez la sorprendieron durmiendo con ellos. Cuando alguno se moría, organizaba un funeral. En el jardín cavaba tumbas minúsculas y como lápidas ponía pequeñas piedras en las que escribía el nombre del difunto. Todos tenían uno diferente, ya que cada uno tenía su propia personalidad. Al funeral asistían los demás caracoles y tocaba la flauta a modo de despedida. Tomó como costumbre visitar el cementerio una vez al mes. Revisaba el estado, les ponía flores y les informaba de la salud del resto de la colonia. 

Ya de adolescente, Maia, decidió dejar atrás la niñez y en un ataque de madurez liberó al resto de caracoles. Buscó el lugar más adecuado para procurarles una vida digna y les dijo adiós con lágrimas en los ojos. Tenía otras preocupaciones. Por aquel entonces pensaba en la vida como si se tratase de un pasatiempo. Seguía teniendo sus rarezas aunque procuraba disimularlas para no desencajar, aunque jamás pasaron desapercibidas. Saludaba al sol todas las mañanas y le daba las buenas noches en el atardecer. Tenía charlas intensas con él. Se sentía más a gusto charlando con el astro que con ninguna otra persona. Le contaba historias de sus queridos caracoles, le explicaba las novedades del colegio, incluso las peleas con sus padres. Sus amigos, la trataban desde la distancia, como si tuviese un punto de locura, pero siempre con ternura. Se reían con su manera estrambótica de hacer las cosas, como la de caminar dando saltitos. Decía que era más divertido, aunque solía llevarse bastantes trompazos. No iba a clase cada día porque odiaba que le impusieran una rutina, así que solo asistía a 4 de cada 5 jornadas, por supuesto, nunca faltaba el mismo día de la semana. Cogió la costumbre de anotar en una libreta todas las cosas que le ocurrían. Cada semana resumía los hechos más importantes, solía ser algo así:

Resumen de la semana 35:

- Me he levantado todos los días con el pié izquierdo, ¡bien!
- Me he caído 4 veces, aunque ninguna de ellas me hice verdadero daño.
- Saludé y despedí al Sol cada día.
- He aprendido una nueva palabra: longanimidad.
- Me he cogido día libre el jueves (ojo, que llevo 2 semanas repitiendo).

Conoció el amor y el desamor, sintió en su piel el significado de la palabra lealtad y también el de la traición. Se rió y lloró, pero sobre todo bebió todos los momentos a sorbitos. Cosa que ahora, ya siendo adulta, sigue haciendo.

Maia tiene 30 años. Ha dejado de andar dando saltitos porque se le rompen los tacones pero sigue saludando al sol, aunque de manera muy sutil porque no quiere compartir ese momento con nadie. Aunque no sabe que su marido la mira sonriendo desde la cama. Trabaja de 8 a 17 en una oficina, con una hora para comer. Ha tenido que aprender a ser puntual, aunque siempre llega tarde a las citas informales. Ha adoptado a una gaviota que viene a cenar todos los días y a la que le prepara las sobras del día anterior con mucho amor. Le ha puesto de nombre Caracola. 

Tiene una hija de 3 años, a la que le ha regalado una caja agujereada en la tapa para que coleccione lo que quiera. La niña ha decidido usarla para guardar sus cuentos.  Maia piensa que se parece más a su padre.

Pero Maia sigue siendo Maia, y algunos días, sobre todo los tristes, cuando no encuentra consuelo en el sol, cambia los zapatos por unas bailarinas y va saltando mientras corre hacia el cementerio caracol. Saluda a sus amigos de la infancia, recoloca las tumbas movidas por las lluvias o el viento, les deja alguna flor y reconfortada, les canta alguna canción que recuerda de aquellos días, en los que la vida consistía en soñar despierta.

Noelia Q

miércoles, 11 de mayo de 2011

La caja de cerillas

De todos los sitios que pude elegir para vivir, escogí una caja de cerillas. Tenía muchas cajas a mi disposición, algunas más grandes que otras, algunas más nuevas que otras, incluso sin estar usadas.  De éstas, me desanimó el tener que tirar todo lo que había dentro, una mudanza a la inversa. No necesito nada más que cuatro paredes. Pensé que sería mejor empezar con un piso de soltero, quizá cuando tenga mujer e hijos nos trasladaremos a esa caja de microondas tan grande y bonita, con tantas posibilidades. Podremos distribuir las estancias en varios espacios, la habitación de los niños, una biblioteca quizás, si nos animamos tal vez un gimnasio, “mens sana in corpore sano”. La podemos poner en el jardín, para que los críos estén en contacto con la naturaleza. Pero de momento esta es suficiente para mí. No me caben muchas cosas pero me irá bien para comenzar a ahorrar. Una hipoteca es un compromiso demasiado grande. Si, es mejor una casita pequeña para mí. Lo malo es que no puedo poner una cama de matrimonio y tampoco encuentro un espacio para instalar el sofá. ¿Cómo voy a tener visitas? Si he de ser sincero, tampoco las espero. No es fácil tener amistades hoy en día. Todo el mundo está tan sumergido en sus propias vidas que es realmente complicado crear un vínculo con alguien. Cualquiera, el que sea. Quizás nunca encuentre a mi media naranja, quizás no consiga tener hijos… Si, esto me reafirma en que ésta ha sido la mejor elección. Siempre he sido un tío reflexivo. Quizás demasiado. De todas maneras no tiene importancia, no es una decisión que no tenga marcha atrás. Cualquier día de estos, cuando Daniel venga a darme la comida, me escaparé y buscaré otra caja que me asegure un poco más de futuro. Al fin y al cabo los grillos tenemos esa suerte. 


Noelia Q

¡Sucio, sucio!

Me lavo los dientes,
Las manos, los pies y el culo.
Me lavo la cabeza,
el cuello, los pezones, las axilas.
Me lavo la pereza,
la amargura, la locura, la lujuria.
Me lavo que te lavo,
¡Siempre sucio, siempre sucio!
Y eso que me lavo,
por la mañana, a la merienda, en las esquinas.
Cuando llueve, me lavo,
con el frío, me lavo,
en verano, me lavo.
¡Me lavo que te lavo,
y sigue saliendo más porquería!
Me lavo la confusión,
la rabia, la soledad, la angustia.
Me lavo sentado,
corriendo, durmiendo, ¡jodiendo,
me lavo que te lavo!
No me queda más jabón pero me sigo lavando.


Vacances

Benvinguts i benvingudes, senyors i senyores, nens i nenes al meravellós país del “dissabte al matí”. Us esperàvem a tots i cadascú de vosaltres per fer-vos el tour que heu estat esperant durant tant de temps. Aquestes vacances al país del “dissabte al matí” no les oblidareu mai. Comencem.
Si mireu a la vostra dreta podreu veure la plaça dels esmorzars. Aquesta plaça no té rellotges perquè els esmorzars al nostre país poden ser a qualsevol hora i poden durar tant com necessitem. A més, si observeu una miqueta al vostre voltant us adonareu que les rajoles estan fetes de torrades amb mantega i diferents tipus de melmelades, els fanals estan fets de galetes de xocolata i la font, que es troba al bell mig de la plaça, raja d’una banda suc de taronja natural i d’altra llet fresca. En aquesta plaça també trobem les millors cafeteries de tot el país.
Si continuem pel carrer principal veiem a tots els habitants del nostre país amb cares somrients, relaxats, contents i amb ganes de parlar amb els seus veïns. Tot s’ha de dir, els “dissabtenys al matí” som així, gent oberta.
Girem ara el primer carrer a l’esquerra. Aquest és el carrer del descans. Aquí podem trobar només botigues de sofàs i televisors. Una de les curiositats d’aquest carrer és que la gent que ve aquí ho fa en pijama. Un altre aspecte a tenir en compte és que a totes dues bandes del carrer hi ha sofàs i televisors on únicament s’emeten programes d’entreteniment com, dibuixos animats, sèries d’adolescents o documentals de construccions i d’animals.
Passant aquest carrer girarem ara a la dreta i entrarem a l’últim tram del nostre tour, entrarem a la rambla de la motivació. La peculiaritat d’aquesta rambla son els increïbles mosaics que vesteixen les parets dels edificis que aquí veiem. Aquests mosaics ens mostren totes les accions que a la gent li agrada fer els dissabtes al matí com passejar quan fa sol, prendre el vermut amb els amics, fer plans pel dissabte a la nit o posar-se una bona mascareta hidratant a la cara.
Abans d’acabar el nostre passeig només us volem dir dues coses. Primer, comentar-vos que en tot el país no existeixen les senyals de trànsit com les coneixeu vosaltres vulgarment. A les nostres senyals de trànsit hi ha escrites les frases que nosaltres utilitzem habitualment com “tenim tot el cap de setmana per davant”, “quedem per menjar unes pizzes?” o “he dormit fins les 12 del matí!”. Així que si agafeu el cotxe i us perdeu vosaltres sols lo millor que podeu fer és preguntar a algú immediatament.
En segon lloc dir-vos que nosaltres, els “dissabtenys al matí”, no volem entrar en polèmiques amb els nostres països veïns, el “divendres a la tarda” i el “diumenge”. L’únic que volem dir com a resposta a les crítiques que hem rebut per part dels habitants d’aquests dos països és que nosaltres ni estem cansats de treballar tota la setmana com uns ni estem amargats per haver de començar la feina el dilluns com els altres.
Amb això si que podem donar per finalitzat el nostre recorregut. Ara pot començar el torn de precs i preguntes.



jueves, 28 de abril de 2011

Per què a mi?


No m’ho puc creure! No m’ho puc creure! Cridaves mentre em miraves sense saber que podies fer, sense entendre que havia passat, que havia fallat.

Les teves paraules no tenien res a veure amb mi, però, no se perquè m’afectaven moltíssim. Potser era la teva mirada perduda o els teus gestos neguitosos, però realment em feien sentir com si fos una persona horrible, i això que el que m’estaves dient no tenia res a veure amb mi!

No pot ser! No pot ser! Em repeties constantment. El que tu no entenies és que era molt difícil, no tothom ho aconsegueix i tu, almenys, has estat a prop.

Per què em miraves així? Per què em feies sentir tant culpable? Està clar que si ho haguessis aconseguit jo també m’hagués alegrat, i, a més, m’hagués anat molt bé, no seré hipòcrita. De fet, estic convençuda de que la meva vida hauria millorat i seria més feliç perquè hauria fet tots els meus somnis realitat.

Però ara, recordant el que em vas dir, començo a reflexionar sobre tot plegat i...Tens raó! Com ha pogut passar? Com has pogut fallar d’aquesta manera?

Però, a sobre, no tinguis la barra de culpabilitzar-me a mi dels teus errors. Has sigut tu qui no ho ha fet bé, qui no ha triat la millor opció, qui no ha aconseguit que la meva vida sigui millor, ni més feliç. Has sigut tu qui no ha aconseguit que els meus somnis es facin realitat.

Jo hauria pogut fer alguna cosa per evitar-ho? Torno a reflexionar i...Potser sí. Si jo t’hagués dit el que havies de fer, el que havies de triar, tot hagués sigut diferent. Ara entenc les teves paraules i els teus gestos. Em vas fer sentir culpable perquè realment era culpable.

Si jo t’hagués ajudat ara seríem rics perquè ens hauria tocat l’“Euromillón”. Però no hi pensem més. La propera setmana ho tornarem a intentar.

Neus

Buscando a Delia


Como cada mañana, desde hacía ya algún tiempo, la madre salió a la calle para buscar a su hija Delia.

Ese día se cruzó con una anciana, con una cara tan afable, que no pudo evitar peguntarle si había visto a la niña. La anciana, muy amablemente, aceptó a prestarle ayuda, aunque se extrañó por la tranquilidad que parecía tener esa madre ante la desgracia de tener que buscar a una hija.

¿Y cómo es Delia? preguntó la anciana.

Delia podría ser tan inteligente como lo es su padre David y podría aprender a leer tan pronto como lo hizo su tía Mònica. Podría ser tan hermosa como su tía Neus y tan extrovertida como su tía Marta. Puede elegir tener el don de ganarse a las personas, como a mí me han ganado su tío Alberto y su primo Cristian.

¿Podría? ¿Puede elegir tener? Perdone, pero no la entiendo…

Pero la madre, sin prestar atención a las preguntas de la anciana, continuó hablando entusiasmada.

También puede elegir tener la bondad de sus abuelos Antonio y Paquita, la gran entrega por sus hijos de su abuela Rosa y la sonrisa de su abuelo Ángel. Esta sonrisa estoy convencida de que la tendrá, con ella aparece en mis sueños cada noche, puesto que su padre también la tiene y le puedo decir que ilumina el mundo con ella.

La anciana, algo angustiada y confusa, le dijo:

Lo siento mucho, pero no he visto a ninguna niña con esas características. Hay un niño, pero…

¡No pasa nada! exclamó la madre. Si Delia no quiere elegir ser como su familia, o prefiere ser un niño, que no se preocupe. Le buscaré algún otro nombre y le esperaré igual con los brazos abiertos, ya que lo único que espero es que sea muy feliz.

La madre, reflejado todavía más tranquilidad si cabía, continuó explicando:

Delia es una niña que sin haber nacido todavía, existe desde hace ya mucho tiempo. Vendrá al mundo cuando sea el momento oportuno, si es que hay algún momento ideal para que nazca. Pero yo le quiero dar el tiempo para que elija como quiere ser.

¡Ah! Entiendo… ¿Y de usted no quiere que elija nada?

A mi ya me ha elegido como madre, y eso lo es todo.

Noelia R.

Te mereces estar muerta


Todavía se derramaba la sangre entre los dedos de mis manos temblorosas, las cuales contemplaba sin encontrar una explicación sobre lo que habían sido capaces de hacer. Había pasado todo tan rápido… pero sin embargo yo estaba seguro de que había hecho lo correcto, ¿cómo si no habría tenido que actuar ante tan grave ofensa? En esos momentos me vino a la mente la imagen dulce de mi madre, ella sí que había sido una buena mujer.

En el otro extremo de la habitación me contemplaba atónito mi hijo de tres años, incapaz de comprender lo que había ocurrido, pero intentando abarcar con su pequeña mano la de su madre, ya inerte.

Ya ni tan siquiera recordaba lo que había desencadenado esta discusión, pero la realidad es que estaba seguro de que ella había sido la causante. Sigo sin encontrar la razón por la que me había faltado al respeto durante tantos años, le había dado tantas oportunidades…, pero la realidad es que me desobedecía constantemente y me obligaba a violentarme.

Yo siempre le había dado todo lo que me había pedido, únicamente trabajaba para poder ofrecerles una vida mejor, ¿y era así como me lo pagaba? Todavía a día de hoy no comprendo el motivo por el que, cuando llegaba a casa, se iniciaba un silencio incómodo que se alargaba hasta el anochecer, ella me esquivaba la mirada y mi hijo lloraba con mi sola presencia.

Seguramente ya faltará poco para que llegue la policía, pero sigo sin entender por qué me obligó a matarla, parecía que estaba deseando abandonarnos. Pero antes de que vengan a por mí, me lavaré y me pondré mi mejor traje, porque así es como afronta los problemas un hombre de verdad, así es como lo hizo mi padre. De todo lo sucedido tan sólo me queda una duda. Y es el por qué no se defendió de mis golpes e intentaba proteger con su cuerpo a nuestro hijo, yo nunca le habría hecho daño, o por lo menos no si no me hubiera obligado, porque yo la quería.

Óscar

Muérete cuando quieras


Miré mi reloj y pensé: ¡ya llegó mi hora! Era una fría tarde de febrero, la hoja superior de la puerta estaba abierta y por ella se colaban gotas de lluvia que iban mojando mis zapatillas. Estremecido, me abroché cuidadosamente mi vieja chaqueta de lana y apoyé mi bastón en el banco de la entrada. Decidí esperar a la muerte con buena cara y la mayor dignidad posible, mientras me agarraba con fuerza el brazo izquierdo. Me estaba apagando y atrás dejaba mis 80 años llenos de tragedias, duro trabajo y penurias. La muerte de mi mujer y de mis dos hijos me habían quitado las ganas de vivir en este mundo gris y decadente. Fue lo último que pensé antes de cerrar por última vez los ojos, o eso creía yo. Pero poco a poco volvieron a abrirse. Ya no estaba en mi casa, estaba en una habitación blanca y delante de mí, allí plantado, con su boina de cuadros, sus ojos grises y su tez morena y agrietada, me contemplaba ese cabrón.

¿Qué hago yo aquí? ¿Por qué sigo vivo? ¿Por qué…? ¿Qué ostias haces aquí?

Era Evaristo, nos odiábamos desde niños, compitiendo toda la vida por ver quién era el mejor. Comenzó a caminar lentamente hacia la puerta, pero antes de salir se giró y con una sonrisa en la cara me dijo:

Te encontré tirado en tu portal y pensé que ese viejo terco no podía ganar la última batalla. Llamé a una ambulancia y llevo doce horas esperando que despiertes para asegurarme de que estabas vivo y poder decirte que eres un necio y un tonto. Lo primero por pensar que morirías antes que yo y, lo segundo, por no cerrar la puerta para que no te encontrasen.

Con la rabia que hacía tiempo que no sentía, le grité:

¡En el fondo… yo no quería morirme y tú tampoco quieres! Así que… ¡eres un mentiroso! ¡Has vuelto a perder!

Él soltó una carcajada y antes de cerrar la puerta me dijo:

Tienes razón, has ganado. Ya puedes morirte cuando quieras.

Jose

Durmiendo a un lado de la cama


Por qué teniendo una cama tan grande duermo siempre a un lado, como esperando a alguien que nunca llega.

¿Por qué siempre compro dos entradas, siempre monto la mesa para dos? ¿Por qué siempre limpio la casa por si viene alguien esta noche? ¿Por qué cambio las sábanas cada sábado? ¿Por qué hay siempre dos pares de zapatillas en la entrada?

Será porque una vez leí que cuando esperas algo, tienes que predisponerlo todo para que ocurra. Será porque prefiero pensar que lo de no tener suerte no es culpa de una pereza que quiero exculpar.

Pero creo que lo que realmente funcionaría sería pensar que todo eso es posible, que estoy completamente dispuesta, que no me da pereza ni miedo, pero que mientras no haya nadie en mi cama, mi cama será toda mía, comeré sola y utilizaré solo un par de zapatillas.

Porque si lo pienso despacio, bien, clara y distintamente, lo que quiero es que alguien esté esperándome en el otro lado de su cama, que me reciba con un par de zapatillas que tiene por si voy y que quiera preparar la cena para dos.

Porque esta vez he aprendido, sí, supongo que sí, que es verdad que todo pasa por algo. Y ahora no puedo dejar de tener en cuenta que lo importante, lo que vale la pena, es que te quieran. Que no sirven de nada los esfuerzos, los desgarros, los tranquilizantes, ni los celos. Que lo único que merece que yo ceda mi lado de la cama, mi poquito de tiempo y algo de lo que espero, es alguien que no haga otra cosa que buscarme.

Siempre he respetado esa emoción incipiente que nace de ahí, de eso que llaman subconsciente y que yo le llamo no sé dónde. De ahí nace una idea que supura sobre todo en primavera y que me hace pensar que una persona que no se muera por ti, es una persona que no vale la pena.

Heba

Operación huida


Hacíamos la travesía hasta el escondite camuflándonos con el empedrado del suelo, para ello llevábamos trabajando durante horas, preparando estrategias. Siempre ideábamos una plan A y un plan B pero sobre todo planeábamos la huida, jamás la rendición. Nos untábamos con arena y si la suerte nos acompañaba, nos adornábamos con barro y con alguna hoja seca que colocábamos cuidadosamente en el pelo.

A la derecha de la puerta había una enorme roca gigante. Era tan grande que casi taponaba la entrada. Teníamos que entrar de canto, metiendo tripa y cuidando meticulosamente la postura. Primero las orejas por temor a quedarnos encajados, luego, tomando un impulso leve hacia atrás, pasabas la nariz y mientras se escapaba el aire retenido dejabas caer tu peso hacia el portal. Ya estabas dentro. El portal sólo estaba vestido con un paragüero dónde sólo había bastones. No guardaba paraguas porque allí nunca llovía, pero tampoco había viejos, ni cojos.

Llegados a nuestro destino solo quedaba esperar. Podíamos estar horas debajo de la escalera hasta que el enemigo cayese en la trampa. Íbamos provistos de bocadillos y latas de refrescos. Por si era demasiada la espera, cargábamos con una baraja de cartas. La mayoría de las veces no cazábamos nada, pero de vez en cuando, después de escuchar el crujir de la madera y oír un grito ensordecedor, mirábamos hacia arriba y allí estaba. Encima de nosotros unos enormes pies que pataleaban mientras se escucha el rabioso aullido ¡sacadme de aquí!.

Debíamos actuar rápido antes de que llegasen los refuerzos. Con una maniobra sumamente estudiada, me encaramaba a los hombros de mi compañero y acariciábamos la planta de los pies del enemigo. Una tortura en toda regla. En ocasiones preferíamos no tocarlo directamente, no sabíamos qué tipo de enfermedades podía transmitir, así que lo torturábamos con alguna pluma o quizás alguna rama que coleccionábamos para nuestro arsenal.

Misión cumplida. Activábamos la huida. Rezábamos al Dios que estuviera de guardia y salíamos corriendo como alma que lleva el diablo. Luego risas. Luego miedo, teníamos que volver a cenar.

Noelia Q

Sólo es cuestión de suerte


Roberto llegó al portal de su casa y miró en el buzón. No había nada. Entró en su pequeño apartamento y encendió el teléfono. Contó. Mil. Lo apagó. Nada.

Se quitó las botas de trabajo, se sentó en su butaca y apagó el televisor. No ha sido un mal día. Pensó. Quizás mañana sea igual. Pensó. Con un poco de suerte, sólo es eso. Dijo. Claro que sí, un poco de suerte.

Se calló y fue a la cocina. Cogió el bocadillo que había preparado esa misma mañana. Se sentó a esperar.

A las ocho dio el primer mordisco. Contó. Mil.

Encendió el noveno cigarro del día.

A las diez menos diez sonó el timbre de su casa. No esperaba a nadie. No esperaba nada. Salvo un poco de suerte, eso es todo. Dijo.

Abrió la puerta. Ahí estaba ella. Había pasado un tiempo. 23407 horas. Pensó.

¿Puedo pasar? Preguntó ella.

Claro, ya no te esperaba.

Entró y se sentó en la butaca, con el abrigo sobre su regazo.

¿Te cuelgo el abrigo? Preguntó Roberto.
Estoy bien.
No me cuesta nada.
Lo sé.

Ella encendió un cigarro, él le acercó el cenicero, cogió la silla y miró el reloj. Tres minutos, eso es todo. Pensó.

Ha pasado mucho tiempo. Dijo ella.
Eso parece.

A las diez encendió un cigarro. El décimo. El día está echado. Pensó.

Ella le puso las manos sobre sus rodillas.

Roberto, tú sabes que aún te quiero. ¿Lo sabes?

Lo sé. Mintió.

La verdad es que no se porqué he venido. Supongo que esperaba un jodido milagro.

Sólo necesito un poco de suerte, eso es todo.

¡Y una mierda! Perdón, perdóname cielo. Pero es que no estás bien, nunca has estado bien.

Es sólo…

¡Cállate! Por favor, no quiero escucharlo.

Él se calló. La miró fijamente mientras ella hablaba.

Al rato se tomó un profundo respiro.

¡Hijo de puta! ¿Qué coño estabas contando?

Tus parpadeos.

No debería haber venido, lo siento, no es culpa tuya. Espero que tengas suerte.

Es todo lo que necesito, un poco de suerte.

Claro que sí, cariño. Tengo que irme.

Por la mañana Roberto se sentó en la butaca, apagó el televisor y encendió un cigarro. El primero. Pensó. Miró el reloj. Siete horas, ya hace siete horas que se fue. Dijo. Sólo es cuestión de suerte.

David

Devórame otra vez...


Lo intenté mil veces antes de llegar aquí, me repetía una y otra vez que no pida seguir viéndole, no era ni normal esa sensación de culpa que me recorría por todas la terminaciones nerviosas junto al orgasmo.

Mentiría si digo que recuerdo como le conocí, siquiera como suena su voz, alguna de sus palabras que no fuera precedida de un gemido. Pero lo que sí sé, es que todavía sigo enganchada a esa manera tan salvaje de desgarrarme el alma en su cama. Cada intento fallido me acercaba más y me llevaba más lejos. Llenaba las horas sin él de aventuras, intentando reconciliarme con mi propio cuerpo, había buscado entre miles de hombres alguna sensación al menos parecida a la de sus dedos desabrochándome la camisa, pero en mi cama nadie era como él, no conseguía encontrar el hombre que dibujara mi cuerpo, en cada rincón sin dejar ni un pedazo de piel. 

Deseaba después de cada retorno encontrarme con él, abrirme de piernas y cruzar todos los meridianos, ir a Brasil y el Caribe en piel y que me volviera a dejar impregnada de ese olor que me perseguía hasta la próxima vez.

No pudo dolerme más su pérdida, no dejé de llamarle ni un solo día, suplicando que me devorara otra vez, con la esperanza de que tuviera compasión de mí, pero decidió jugarse todas sus cartas por la morena de pelo largo a la que reconozco respetar por un extraño hechizo de admiración y celos que me ha llevado hasta aquí.

Creo que es el momento de que suba al altar y lea lo que he escrito para ellos, y de nuevo el deseo de mi carne me lleva a desearle otra vez, castigarme con sus deseos hasta el amanecer y despertar mojada entre mis sábanas blancas…

qué tiene ella que no tenga yo.

La García