Roberto llegó al portal de su casa y miró en el buzón. No había nada. Entró en su pequeño apartamento y encendió el teléfono. Contó. Mil. Lo apagó. Nada.
Se quitó las botas de trabajo, se sentó en su butaca y apagó el televisor. No ha sido un mal día. Pensó. Quizás mañana sea igual. Pensó. Con un poco de suerte, sólo es eso. Dijo. Claro que sí, un poco de suerte.
Se calló y fue a la cocina. Cogió el bocadillo que había preparado esa misma mañana. Se sentó a esperar.
A las ocho dio el primer mordisco. Contó. Mil.
Encendió el noveno cigarro del día.
A las diez menos diez sonó el timbre de su casa. No esperaba a nadie. No esperaba nada. Salvo un poco de suerte, eso es todo. Dijo.
Abrió la puerta. Ahí estaba ella. Había pasado un tiempo. 23407 horas. Pensó.
—¿Puedo pasar? Preguntó ella.
—Claro, ya no te esperaba.
Entró y se sentó en la butaca, con el abrigo sobre su regazo.
—¿Te cuelgo el abrigo? Preguntó Roberto.
—Estoy bien.
—No me cuesta nada.
—Lo sé.
Ella encendió un cigarro, él le acercó el cenicero, cogió la silla y miró el reloj. Tres minutos, eso es todo. Pensó.
—Ha pasado mucho tiempo. Dijo ella.
—Eso parece.
A las diez encendió un cigarro. El décimo. El día está echado. Pensó.
Ella le puso las manos sobre sus rodillas.
—Roberto, tú sabes que aún te quiero. ¿Lo sabes?
—Lo sé. Mintió.
—La verdad es que no se porqué he venido. Supongo que esperaba un jodido milagro.
—Sólo necesito un poco de suerte, eso es todo.
—¡Y una mierda! Perdón, perdóname cielo. Pero es que no estás bien, nunca has estado bien.
—Es sólo…
—¡Cállate! Por favor, no quiero escucharlo.
Él se calló. La miró fijamente mientras ella hablaba.
Al rato se tomó un profundo respiro.
—¡Hijo de puta! ¿Qué coño estabas contando?
—Tus parpadeos.
—No debería haber venido, lo siento, no es culpa tuya. Espero que tengas suerte.
—Es todo lo que necesito, un poco de suerte.
—Claro que sí, cariño. Tengo que irme.
Por la mañana Roberto se sentó en la butaca, apagó el televisor y encendió un cigarro. El primero. Pensó. Miró el reloj. Siete horas, ya hace siete horas que se fue. Dijo. Sólo es cuestión de suerte.
David
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