Lo intenté mil veces antes de llegar aquí, me repetía una y otra vez que no pida seguir viéndole, no era ni normal esa sensación de culpa que me recorría por todas la terminaciones nerviosas junto al orgasmo.
Mentiría si digo que recuerdo como le conocí, siquiera como suena su voz, alguna de sus palabras que no fuera precedida de un gemido. Pero lo que sí sé, es que todavía sigo enganchada a esa manera tan salvaje de desgarrarme el alma en su cama. Cada intento fallido me acercaba más y me llevaba más lejos. Llenaba las horas sin él de aventuras, intentando reconciliarme con mi propio cuerpo, había buscado entre miles de hombres alguna sensación al menos parecida a la de sus dedos desabrochándome la camisa, pero en mi cama nadie era como él, no conseguía encontrar el hombre que dibujara mi cuerpo, en cada rincón sin dejar ni un pedazo de piel.
Deseaba después de cada retorno encontrarme con él, abrirme de piernas y cruzar todos los meridianos, ir a Brasil y el Caribe en piel y que me volviera a dejar impregnada de ese olor que me perseguía hasta la próxima vez.
No pudo dolerme más su pérdida, no dejé de llamarle ni un solo día, suplicando que me devorara otra vez, con la esperanza de que tuviera compasión de mí, pero decidió jugarse todas sus cartas por la morena de pelo largo a la que reconozco respetar por un extraño hechizo de admiración y celos que me ha llevado hasta aquí.
Creo que es el momento de que suba al altar y lea lo que he escrito para ellos, y de nuevo el deseo de mi carne me lleva a desearle otra vez, castigarme con sus deseos hasta el amanecer y despertar mojada entre mis sábanas blancas…
… qué tiene ella que no tenga yo.
La García
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