jueves, 28 de abril de 2011

Operación huida


Hacíamos la travesía hasta el escondite camuflándonos con el empedrado del suelo, para ello llevábamos trabajando durante horas, preparando estrategias. Siempre ideábamos una plan A y un plan B pero sobre todo planeábamos la huida, jamás la rendición. Nos untábamos con arena y si la suerte nos acompañaba, nos adornábamos con barro y con alguna hoja seca que colocábamos cuidadosamente en el pelo.

A la derecha de la puerta había una enorme roca gigante. Era tan grande que casi taponaba la entrada. Teníamos que entrar de canto, metiendo tripa y cuidando meticulosamente la postura. Primero las orejas por temor a quedarnos encajados, luego, tomando un impulso leve hacia atrás, pasabas la nariz y mientras se escapaba el aire retenido dejabas caer tu peso hacia el portal. Ya estabas dentro. El portal sólo estaba vestido con un paragüero dónde sólo había bastones. No guardaba paraguas porque allí nunca llovía, pero tampoco había viejos, ni cojos.

Llegados a nuestro destino solo quedaba esperar. Podíamos estar horas debajo de la escalera hasta que el enemigo cayese en la trampa. Íbamos provistos de bocadillos y latas de refrescos. Por si era demasiada la espera, cargábamos con una baraja de cartas. La mayoría de las veces no cazábamos nada, pero de vez en cuando, después de escuchar el crujir de la madera y oír un grito ensordecedor, mirábamos hacia arriba y allí estaba. Encima de nosotros unos enormes pies que pataleaban mientras se escucha el rabioso aullido ¡sacadme de aquí!.

Debíamos actuar rápido antes de que llegasen los refuerzos. Con una maniobra sumamente estudiada, me encaramaba a los hombros de mi compañero y acariciábamos la planta de los pies del enemigo. Una tortura en toda regla. En ocasiones preferíamos no tocarlo directamente, no sabíamos qué tipo de enfermedades podía transmitir, así que lo torturábamos con alguna pluma o quizás alguna rama que coleccionábamos para nuestro arsenal.

Misión cumplida. Activábamos la huida. Rezábamos al Dios que estuviera de guardia y salíamos corriendo como alma que lleva el diablo. Luego risas. Luego miedo, teníamos que volver a cenar.

Noelia Q

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