Maia siempre fue una niña especial. De pequeña coleccionaba caracoles, de todos los tamaños. Los guardaba en una caja de cartón agujereada por la tapa y cada día apuntaba en una libreta la evolución de los bichos. De vez en cuando los llevaba a pasear, los soltaba por el campo para que viesen mundo, especialmente en los días lluviosos. Les cantaba canciones, les leía cuentos e incluso más de una vez la sorprendieron durmiendo con ellos. Cuando alguno se moría, organizaba un funeral. En el jardín cavaba tumbas minúsculas y como lápidas ponía pequeñas piedras en las que escribía el nombre del difunto. Todos tenían uno diferente, ya que cada uno tenía su propia personalidad. Al funeral asistían los demás caracoles y tocaba la flauta a modo de despedida. Tomó como costumbre visitar el cementerio una vez al mes. Revisaba el estado, les ponía flores y les informaba de la salud del resto de la colonia.
Ya de adolescente, Maia, decidió dejar atrás la niñez y en un ataque de madurez liberó al resto de caracoles. Buscó el lugar más adecuado para procurarles una vida digna y les dijo adiós con lágrimas en los ojos. Tenía otras preocupaciones. Por aquel entonces pensaba en la vida como si se tratase de un pasatiempo. Seguía teniendo sus rarezas aunque procuraba disimularlas para no desencajar, aunque jamás pasaron desapercibidas. Saludaba al sol todas las mañanas y le daba las buenas noches en el atardecer. Tenía charlas intensas con él. Se sentía más a gusto charlando con el astro que con ninguna otra persona. Le contaba historias de sus queridos caracoles, le explicaba las novedades del colegio, incluso las peleas con sus padres. Sus amigos, la trataban desde la distancia, como si tuviese un punto de locura, pero siempre con ternura. Se reían con su manera estrambótica de hacer las cosas, como la de caminar dando saltitos. Decía que era más divertido, aunque solía llevarse bastantes trompazos. No iba a clase cada día porque odiaba que le impusieran una rutina, así que solo asistía a 4 de cada 5 jornadas, por supuesto, nunca faltaba el mismo día de la semana. Cogió la costumbre de anotar en una libreta todas las cosas que le ocurrían. Cada semana resumía los hechos más importantes, solía ser algo así:
Resumen de la semana 35:
- Me he levantado todos los días con el pié izquierdo, ¡bien!
- Me he caído 4 veces, aunque ninguna de ellas me hice verdadero daño.
- Saludé y despedí al Sol cada día.
- He aprendido una nueva palabra: longanimidad.
- Me he cogido día libre el jueves (ojo, que llevo 2 semanas repitiendo).
Conoció el amor y el desamor, sintió en su piel el significado de la palabra lealtad y también el de la traición. Se rió y lloró, pero sobre todo bebió todos los momentos a sorbitos. Cosa que ahora, ya siendo adulta, sigue haciendo.
Maia tiene 30 años. Ha dejado de andar dando saltitos porque se le rompen los tacones pero sigue saludando al sol, aunque de manera muy sutil porque no quiere compartir ese momento con nadie. Aunque no sabe que su marido la mira sonriendo desde la cama. Trabaja de 8 a 17 en una oficina, con una hora para comer. Ha tenido que aprender a ser puntual, aunque siempre llega tarde a las citas informales. Ha adoptado a una gaviota que viene a cenar todos los días y a la que le prepara las sobras del día anterior con mucho amor. Le ha puesto de nombre Caracola.
Tiene una hija de 3 años, a la que le ha regalado una caja agujereada en la tapa para que coleccione lo que quiera. La niña ha decidido usarla para guardar sus cuentos. Maia piensa que se parece más a su padre.
Pero Maia sigue siendo Maia, y algunos días, sobre todo los tristes, cuando no encuentra consuelo en el sol, cambia los zapatos por unas bailarinas y va saltando mientras corre hacia el cementerio caracol. Saluda a sus amigos de la infancia, recoloca las tumbas movidas por las lluvias o el viento, les deja alguna flor y reconfortada, les canta alguna canción que recuerda de aquellos días, en los que la vida consistía en soñar despierta.
Noelia Q
Noelia Q
¡Joder! Este me gusta mucho. No se en que estabas pensando para Sant Jordi.
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